La debilidad es la fuerza de una genetista que diagnosticó su propia enfermedad degenerativa
Marta Lucía Tamayo Fernández estudió medicina, periodismo y genética. Su historia está cargada de pequeñas hazañas que resultan siendo un enorme ejemplo de superación.
Tenía apenas 22 años cuando empezó a sentir los primeros síntomas de una enfermedad degenerativa que convertía sus huesos en los de un viejo.
Acababa de terminar medicina y empezaba a sentir el agobio de una enfermedad incurable que ha ido gastando progresivamente sus huesos de una manera “irrecuperable e irreversible”.
Es la historia de Marta Lucía Tamayo Fernández, quien estudio genética y sin pretenderlo tuvo que empezar a diagnosticarse y a diseñar su propio plan de atención.
Gracias a las investigaciones que adelantó conjuntamente con su profesor, logró identificar la enfermedad genética y nombrar su padecimiento: “Displasia ósea”.
“Yo sabía que tenía una estatura muy pequeña, pero no me sentía enferma, porque en la casa nunca me enfermaron”, dice la doctora Tamayo, quien actualmente está vinculada con el Instituto de Genética Humana de la Universidad Javeriana en Bogotá.
Recuerda que un médico le había dicho que tenía un problema de crecimiento detenido, pero no tenía la certeza de lo que le ocurría, hasta que su propio trabajo de investigación le permitió develar el origen de esos dolores articulares que empezaba a soportar de manera intensa.
La doctora Tamayo define su condición de salud diciendo que “son como unos huesos de viejito a causa de una artrosis degenerativa que ha progresado mucho y que desde los 22 años me ha acompañado como una constante en mi vida”.
La joven que decidió ser médica sin vacilaciones por su íntima convicción de servicio, pasó de pronto a ser paciente de una enfermedad incurable que la fue arrastrando a una condición de discapacidad.
Lo que para un paciente normal pudo ser una noticia demoledora, fue para esta médica un reto profesional y personal y entonces el hotel mamá, como llama a su casa, pasó por fuerza de las circunstancias a ser a veces un hospital.
Cuenta que tiene más de siete cirugías, camina con dos caderas reemplazadas con prótesis que pitan en todos los aeropuertos y confía que sus problemas sean solamente de huesos y articulaciones, porque según dice, “sería jartísimo degenerarse del todo”.
Ha peleado contra los bancos que ponen cajeros muy altos, contra los operadores de teléfonos públicos y para hacer un poco más fácil su vida, conduce un vehículo automático.